13 de marzo de 2014

VALDÉS LEAL 1/3


Sobre los primeros pasos de Valdés Leal hay un cierto desconocimiento, no se conoce exactamente la fecha de su nacimiento pero sí que fue bautizado el 4 de mayo de 1622 en Sevilla, en la iglesia de San Esteban. Hijo del noble portugués don Fernando de Nisa y de la sevillana Antonia de Valdés Leal, de la que toma su apellido, como era costumbre de la época. Sobre su formación artística no hay datos que documenten sus inicios, se especula con que su aprendizaje se debió realizar entre 1637 y 1642, cuando tenía entre 15 y 20 años. Se supone que debió formarse en Sevilla de donde marchó en algún momento a Córdoba, no se sabe si fue solo o con su familia. Ese traslado, aunque se ignora cuándo y por qué, podría explicarse en parte considerando que para un artista que empezaba era una ciudad con demanda suficiente, sobre todo eclesiástica, podía proporcionarle algún que otro encargo. Por tanto será esta ciudad el punto de arranque de la vida y obra del artista, ya que se conocen documentos que acreditan que en 1647, con 25 años aproximadamente y ya como maestro pintor, residía allí al casarse con Isabel Martínez de Morales, hija de un artesano hidalgo bien relacionado, que le facilitó los contactos y la posición de Valdés.
Sus primeras obras, fechadas en esta época, reflejan formas marcadamente naturalistas, realizadas con un dibujo firme y con un colorido vigoroso y poco sutil. En su estilo inicial, aunque se desconoce quien fue su maestro, se aprecian claramente influencias de maestros sevillanos como Juan de Uceda, Francisco Varela, Francisco Herrera el Viejo, Zurbarán e incluso del artista valenciano José Ribera, sobre todo en la fuerza expresiva de sus personajes y la utilización del claroscuro. También en sus primeras composiciones se advierten matices del cordobés Antonio del Castillo, que se caracteriza por emplear en sus obras un espíritu sobrio en las actitudes físicas e intenso en su expresividad anímica. 
Cuadros como el apóstol San Andrés, firmado en 1647 y conservado en la iglesia de San Francisco de Córdoba, y el Arrepentimiento de San Pedro, del que se conocen dos versiones, una en la iglesia de este santo en Córdoba y otra en la Academia de San Fernando de Madrid, muestran el acentuado realismo que Valdés Leal emplea en sus primeras realizaciones.
A través de estos primeros cuadros y otros sucesivos se ve que practicaba un naturalismo muy escultórico, afín en bravura y por carácter al de Herrera el Viejo, pero que no por más fuerte dejaba de parecerse al que Murillo seguía en esos años. Ello confirma que Córdoba era un medio propicio para la profesión, pues hasta imperaba un gusto similar al de Sevilla, que le permitía ejercer lo aprendido durante su adiestramiento. Allí debió confirmarse aún más en ese estilo al conocer a Antonio del Castillo, el maestro local más afamado y cuyo influjo acusó sobre todo en los personajes que posteriormente pintaría.
Valdés Leal realiza la obra de la Virgen de los Plateros del Museo de Córdoba durante su estancia en Córdoba hacia 1645. El destino de esta Inmaculada era el altar que el gremio de la platería tenía instalado en la antigua calle de la Pescadería, un altar callejero y que fue retirado de su emplazamiento en 1841 con motivo del denominado decreto liberal Iznardi. Emulando la composición de la "Inmaculada con Fray Juan de Quirós" de Murillo, conservada en el Palacio Arzobispal de Sevilla, se representa a la Virgen sobre peana de fina platería y al santo patrono del gremio junto a San Antonio de Padua, santo también de especial significado para los plateros.
Cuando se cumple el año 1649, el pintor sevillano se ausenta de Córdoba, posiblemente debido a la epidemia de peste declarada en esta ciudad andaluza. En 1650 se halla en Sevilla y dos años más tarde, comienza una amplia serie pictórica para el convento de Santa Clara de Carmona.
El día 1 de diciembre de 1652, el pintor se obligaba con las religiosas franciscanas a pintar una serie de cuadros de gran formato para la iglesia de dicho convento y que se adaptaran a la arquitectura ojival de los muros laterales del presbiterio. Asimismo se comprometió a ejecutarlos en un corte espacio de tiempo.
Las pinturas eran cuatro en su conjunto, dos de formato mayor para la parte superior teniendo forma apuntada para acoplarse a los arcos ojivales y ventanas del centro de los muros, una verdadera en la parte del evangelio y otra fingida en la parte de la epístola, otros dos lienzos de tamaño menor y horizontales que se colocaban debajo de estos.
La temática de las obras tenia que estar relacionada con la hagiografía de santa Clara y es probable que se contrataran para conmemorar el cuarto centenario de la muerte de la santa, de ahí, que Valdés Leal lo hubiese terminado para la festividad de ésta, el 12 de agosto de 1653.
Estos lienzos se ubicaban en la Capilla Mayor siguiendo el siguiente orden, en el lado de la epístola en la zona superior El obispo de Asís entregando la palma a santa Clara, se ve como resuelve la escena con una disposición sencilla y simétrica, en la que los gestos y actitudes de los personajes, son descritos con un dibujo firme y una pincelada apretada, consiguiendo una sobriedad expresiva. 
A su lado La profesión de la santa ante san Francisco, sigue el mismo esquema en su composición, describe el momento en que San Francisco le corta los cabellos como señal de renuncia a la belleza física y a las galas mundanas. Entre ambos cuadros existe una ventana fingida y bajo ésta un ángel con racimos de uvas actualmente en paradero desconocido. En el mismo muro pero más abajo El milagro ocurrido a Inés hermana de santa Clara, describe la ayuda que le presta su hermana Santa Clara cuando sus parientes, contrariados por decisión de la primera de llevar también una vida religiosa como franciscana, pretenden raptarla.

Fronteros a estos en el muro del evangelio se encontraban, el cuadro de la procesión de santa Clara con la Custodia y la Retirada de los Sarracenos, debajo se situaba el lienzo de La muerte o tránsito de santa Clara, único cuadro de la serie firmado y fechado en 1653 siendo el último de la serie.
 
El cuadro que representaba “Santa Clara deteniendo a los sarracenos a las puertas del convento de San Damián”, narra el episodio que dará lugar a la iconografía de la santa, portando la custodia, aunque Valdés al representar la escena completa supo darle un carácter decididamente barroco, describiendo que un viernes de septiembre del año 1240 el emperador Federico II, que acababa de ser excomulgado por el papa Gregorio IX, envía sus tropas mercenarias compuestas por sarracenos contra el ducado de Espoleto sitiando y pretendido asaltar la ciudad de Asís y el convento cercano de San Damián. Donde se encuentra santa Clara, que junto a sus hermanas religiosas se ordenan en procesión portando el Santísimo Sacramento e implora al Señor “Guardad a vuestras siervas” desde la custodia una voz responde “Os guardaré siempre” y la santa sigue, ¿Y a esta ciudad que por amor vuestro nos da para vivir? y de nuevo responde la voz, “ Le daré mi ayuda y protección”, creándose en ese momento un fuerte vendaval que expulsará con violenta fuerza sobrenatural a los sarracenos de los muros de la ciudad, huyendo en desbandada.
Esta pintura fue dividida en 1910, quedando la escena separada en dos cuadros independientes y de distinto formato denominándoles La procesión de santa Clara con la Sagrada Forma y La re- tirada de los sarracenos.
En ambos cuadros existe una cierta confrontación. En la procesión de santa Clara, todo es serenidad, recogimiento y orden y en la retirada de los sarracenos, el movimiento y el desconcierto es palpable en toda la escena. Lo mismo ocurre en los matices de color, en el primero los colores son apagados, como correspondería al interior del convento y a los hábitos de las monjas, en el segundo las vestimentas y las armaduras están llenos de color y la luz del paisaje es vibrante. Todo ello hace difícil pensar que ambos cuadros formaran antes una unidad.
En 1654 regresa a Córdoba y allí permanecerá hasta 1656. Sus creaciones en este periodo siguen apostando por composiciones de carácter simétrico y equilibrado, tal y como se advierte en La Inmaculada con San Felipe y Santiago del Museo del Louvre de París. 
En 1655 consigue un encargo para a Iglesia de los Carmelitas de varios lienzos para el retablo mayor, doce en total, siendo la Ascensión de Elías la pintura que presidiría ese retablo y Santa Magdalena de Pazzis con Santa Inés y Santa Apolonia con una santa carmelita se situarían en el banco, en estos dos últimos Valdés Leal se recrea en la belleza y la elegancia femeninas.
A su vuelta a Sevilla en 1656 su técnica se adapta a las nuevas corrientes que se impusieron en la segunda mitad del XVII, su dibujo es más ligero y la pincelada más suelta con un colorido más brillante y traslúcido, más tendente al expresionismo, como la interesante serie de la vida de San Jerónimo que pintara para decorar la sacristía del convento hispalense de San Jerónimo de Buenavista. Son dieciocho lienzos en los que se narran episodios de la vida del Santo y se ensalza la historia del la orden religiosa con la presentación de sus principales miembros, algunos vinculados a la vida del propio convento. 
Se inicia la serie con San Jerónimo, cuya firma aparece en la base de la columna, en este lienzo aparece con el capelo cardenalicio, la mesa en la que se dispone a escribir y el león al que curó la pata cuando estaba retirado haciendo penitencia. La pintura expresa la solemnidad del momento, le sigue el Bautismo de San Jerónimo, firmado y fechado. Mucho más afortunadas son las escenas de las Tentaciones y la Flagelación del santo, bien resueltas al imprimirle una mayor intensidad dramática y fuerte cromatismo tan característicos del pintor. Todas estas obras las finaliza en 1657.
De esta fecha son también las siguientes en las que representa a los principales religiosos de esa Orden, Fray Alonso Fernández Pecha, Fray Hernando de Talavera, Fray Juan de Ledesma, Fray Fernando Yáñez de Figueroa, Fray Pedro de Cabañuelas y Fray Pedro Fernández Pecha




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