Sobre los
primeros pasos de Valdés Leal hay un cierto desconocimiento, no se conoce
exactamente la fecha de su nacimiento pero sí que fue bautizado el 4 de mayo de
1622 en Sevilla, en la iglesia de San Esteban. Hijo del noble portugués don
Fernando de Nisa y de la sevillana Antonia de Valdés Leal, de la que toma su
apellido, como era costumbre de la época. Sobre su formación artística no hay
datos que documenten sus inicios, se especula con que su aprendizaje se debió
realizar entre 1637 y 1642, cuando tenía entre 15 y 20 años. Se supone que debió
formarse en Sevilla de donde marchó en algún momento a Córdoba, no se sabe si
fue solo o con su familia. Ese traslado, aunque se ignora cuándo y por qué,
podría explicarse en parte considerando que para un artista que empezaba era
una ciudad con demanda suficiente, sobre todo eclesiástica, podía proporcionarle
algún que otro encargo. Por tanto será esta ciudad el punto de arranque de la
vida y obra del artista, ya que se conocen documentos que acreditan que en
1647, con 25 años aproximadamente y ya como maestro pintor, residía allí al
casarse con Isabel Martínez de Morales, hija de un artesano hidalgo bien
relacionado, que le facilitó los contactos y la posición de Valdés.
Sus primeras obras, fechadas en esta época, reflejan formas marcadamente
naturalistas, realizadas con un dibujo firme y con un colorido vigoroso y poco
sutil. En su estilo inicial, aunque se desconoce quien fue su maestro, se
aprecian claramente influencias de maestros sevillanos como Juan de Uceda,
Francisco Varela, Francisco Herrera el Viejo, Zurbarán e incluso del artista
valenciano José Ribera, sobre todo en la fuerza expresiva de sus personajes y
la utilización del claroscuro. También en sus primeras composiciones se
advierten matices del cordobés Antonio del Castillo, que se caracteriza por
emplear en sus obras un espíritu sobrio en las actitudes físicas e intenso en
su expresividad anímica.
Cuadros como el apóstol San Andrés, firmado en 1647 y conservado en la iglesia de San
Francisco de Córdoba, y el
Arrepentimiento de San Pedro, del que se conocen dos versiones, una en la
iglesia de este santo en Córdoba y otra en la Academia de San Fernando de
Madrid, muestran el acentuado realismo que Valdés Leal emplea en sus primeras
realizaciones.
A través de estos
primeros cuadros y otros sucesivos se ve que practicaba un naturalismo muy
escultórico, afín en bravura y por carácter al de Herrera el Viejo, pero que no
por más fuerte dejaba de parecerse al que Murillo seguía en esos años. Ello
confirma que Córdoba era un medio propicio para la profesión, pues hasta
imperaba un gusto similar al de Sevilla, que le permitía ejercer lo aprendido
durante su adiestramiento. Allí debió confirmarse aún más en ese estilo al
conocer a Antonio del Castillo, el maestro local más afamado y cuyo influjo
acusó sobre todo en los personajes que posteriormente pintaría.
Valdés Leal realiza la obra de la
Virgen de los Plateros del Museo de Córdoba durante su estancia en Córdoba
hacia 1645. El destino de esta Inmaculada era el altar que el gremio de la
platería tenía instalado en la antigua calle de la Pescadería, un altar
callejero y que fue retirado de su emplazamiento en 1841 con motivo del
denominado decreto liberal Iznardi. Emulando la composición de la
"Inmaculada con Fray Juan de Quirós" de Murillo, conservada en el
Palacio Arzobispal de Sevilla, se representa a la Virgen sobre peana de fina
platería y al santo patrono del gremio junto a San Antonio de Padua, santo
también de especial significado para los plateros.
Cuando se cumple el año 1649, el pintor sevillano se ausenta de Córdoba,
posiblemente debido a la epidemia de peste declarada en esta ciudad andaluza.
En 1650 se halla en Sevilla y dos años más tarde, comienza una amplia serie
pictórica para el convento de Santa Clara de Carmona.
El día 1 de diciembre de 1652, el pintor se obligaba con las religiosas
franciscanas a pintar una serie de cuadros de gran formato para la iglesia de
dicho convento y que se adaptaran a la arquitectura ojival de los muros
laterales del presbiterio. Asimismo se comprometió a ejecutarlos en un corte
espacio de tiempo.
Las pinturas eran cuatro en su conjunto, dos de formato mayor para la
parte superior teniendo forma apuntada para acoplarse a los arcos ojivales y
ventanas del centro de los muros, una verdadera en la parte del evangelio y
otra fingida en la parte de la epístola, otros dos lienzos de tamaño menor y
horizontales que se colocaban debajo de estos.
La temática de las obras tenia que estar relacionada con la hagiografía
de santa Clara y es probable que se contrataran para conmemorar el cuarto
centenario de la muerte de la santa, de ahí, que Valdés Leal lo hubiese
terminado para la festividad de ésta, el 12 de agosto de 1653.
Estos lienzos se ubicaban en la Capilla Mayor siguiendo el siguiente
orden, en el lado de la epístola en la zona superior El obispo de Asís entregando la palma a santa Clara, se ve como
resuelve la escena con una disposición sencilla y simétrica, en la que los
gestos y actitudes de los personajes, son descritos con un dibujo firme y una
pincelada apretada, consiguiendo una sobriedad expresiva.
A su lado La profesión de la santa ante san Francisco, sigue el mismo esquema en su composición, describe el momento en
que San Francisco le corta los cabellos como señal de renuncia a la belleza
física y a las galas mundanas. Entre ambos cuadros existe una ventana fingida y
bajo ésta un ángel con racimos de uvas actualmente en paradero desconocido. En
el mismo muro pero más abajo El milagro
ocurrido a Inés hermana de santa Clara, describe la ayuda que le presta su
hermana Santa Clara cuando sus parientes, contrariados por decisión de la
primera de llevar también una vida religiosa como franciscana, pretenden
raptarla.
Fronteros a estos en el muro del evangelio se encontraban, el cuadro de la procesión de santa Clara con la Custodia
y la Retirada de los Sarracenos, debajo se situaba el lienzo de La muerte o tránsito de santa Clara, único
cuadro de la serie firmado y fechado en 1653 siendo el último de la serie.
El cuadro que representaba “Santa Clara deteniendo a los sarracenos a
las puertas del convento de San Damián”, narra el episodio que dará lugar a la iconografía
de la santa, portando la custodia, aunque Valdés al representar la escena
completa supo darle un carácter decididamente barroco, describiendo que un
viernes de septiembre del año 1240 el emperador Federico II, que acababa de ser
excomulgado por el papa Gregorio IX, envía sus tropas mercenarias compuestas
por sarracenos contra el ducado de Espoleto sitiando y pretendido asaltar la
ciudad de Asís y el convento cercano de San Damián. Donde se encuentra santa
Clara, que junto a sus hermanas religiosas se ordenan en procesión portando el Santísimo
Sacramento e implora al Señor “Guardad a vuestras siervas” desde la custodia
una voz responde “Os guardaré siempre” y la santa sigue, ¿Y a esta ciudad que
por amor vuestro nos da para vivir? y de nuevo responde la voz, “ Le daré mi
ayuda y protección”, creándose en ese momento un fuerte vendaval que expulsará
con violenta fuerza sobrenatural a los sarracenos de los muros de la ciudad,
huyendo en desbandada.
Esta pintura fue dividida en 1910, quedando la escena separada en dos
cuadros independientes y de distinto formato denominándoles La procesión de
santa Clara con la Sagrada Forma y La re- tirada de los sarracenos.
En ambos cuadros existe una cierta confrontación. En la procesión de
santa Clara, todo es serenidad, recogimiento y orden y en la retirada de los
sarracenos, el movimiento y el desconcierto es palpable en toda la escena. Lo
mismo ocurre en los matices de color, en el primero los colores son apagados,
como correspondería al interior del convento y a los hábitos de las monjas, en
el segundo las vestimentas y las armaduras están llenos de color y la luz del
paisaje es vibrante. Todo ello hace difícil pensar que ambos cuadros formaran antes
una unidad.
En 1654 regresa a Córdoba y allí permanecerá hasta 1656. Sus creaciones en
este periodo siguen apostando por composiciones de carácter simétrico y
equilibrado, tal y como se advierte en La
Inmaculada con San Felipe y Santiago del Museo del Louvre de París.
En 1655 consigue un encargo para a Iglesia de los Carmelitas de varios
lienzos para el retablo mayor, doce en total, siendo la Ascensión de Elías la pintura que presidiría ese retablo y Santa Magdalena de Pazzis con Santa Inés
y Santa Apolonia con una santa carmelita
se situarían en el banco, en estos dos últimos Valdés Leal se recrea en la
belleza y la elegancia femeninas.
A su vuelta a Sevilla en 1656 su técnica se adapta a las nuevas corrientes
que se impusieron en la segunda mitad del XVII, su dibujo es más ligero y la
pincelada más suelta con un colorido más brillante y traslúcido, más tendente
al expresionismo, como la interesante serie de la vida de San Jerónimo que
pintara para decorar la sacristía del convento hispalense de San Jerónimo de
Buenavista. Son dieciocho lienzos en los que se narran episodios de la vida del
Santo y se ensalza la historia del la orden religiosa con la presentación de
sus principales miembros, algunos vinculados a la vida del propio convento.
Se
inicia la serie con San Jerónimo,
cuya firma aparece en la base de la columna, en este lienzo aparece con el
capelo cardenalicio, la mesa en la que se dispone a escribir y el león al que
curó la pata cuando estaba retirado haciendo penitencia. La pintura expresa la
solemnidad del momento, le sigue el
Bautismo de San Jerónimo, firmado y fechado. Mucho más afortunadas son las
escenas de las Tentaciones y la Flagelación del santo, bien
resueltas al imprimirle una mayor intensidad dramática y fuerte cromatismo tan
característicos del pintor. Todas estas obras las finaliza en 1657.
De esta fecha son también las siguientes en las que representa a los
principales religiosos de esa Orden, Fray
Alonso Fernández Pecha, Fray Hernando
de Talavera, Fray Juan de Ledesma, Fray Fernando Yáñez de Figueroa, Fray Pedro de Cabañuelas y Fray Pedro Fernández Pecha.
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